jueves

Las manos de Elisa

Elisa tenía las manos más blancas y suaves que se hayan visto jamás. Eran tan largas y delgadas, más bien interminables, divinamente forradas con una piel tan fina que dejaba ver sus pequeños vasitos sanguíneos; con unos dedos torneados con gracia y coronados con esas uñas cuidadosamente recortadas que terminaban por ofrecer una confianza infinita.

La verdadera aventura era acariciar esas manos. Era talento lo que se necesitaba, no sólo para acceder a ellas sino para al fin complacerlas. Jamás le bastó con un simple roce de los dedos, por muy suave que éste fuera; había que poner toda la energía en la mínima caricia, apuntar todo el cuerpo, dedicar cada pensamiento, mantener firme la mirada: la vida concentrada en una caricia a las manos de Elisa.

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